dimarts, 10 de gener del 2017

Terra d'acollida





Mi nombre es Francisco Martínez. Soy nacido en Madrid, tengo 74 años. Hace 69 años que vivo en Catalunya aunque por asunto de mi trabajo la família ha estado viviendo por periodos cortos en varios lugares de España.


Mi esposa Montserrat es de origen catalán; mis tres hijos, nacidos en Barcelona. En las conversaciones familiares, el bilingüismo es completamente natural, entre ellos hablan catalán y conmigo hablan castellano. Ningún problema.

De joven me aterrorizaba la idea de no poder disfrutar como la mayoría de los países europeos de la democracia, para mí el poder defender mis derechos en el trabajo o poder expresar mis ideas políticas era y es esencial en mi vida.

Clandestinamente o en libertad siempre milité sindicalmente, a pesar de mi cargo en la empresa. Durante la dictadura, la transición y hasta finales de los noventa, milité activamente en un partido político siempre de voluntario, nunca quise ocupar ningún cargo político remunerado, pues mi idea era no abandonar mi profesión.

Mi esposa y yo vivimos nuestro particular mayo del 68 (ya que en ese momento no pudimos estar en Francia) en el año 1976 en Barcelona. El día uno y el día ocho de febrero se produjeron las mayores manifestaciones en 40 años de dictadura. En ellas, la población de Barcelona, catalanes, de origen y de adopción, hablando catalán o castellano, todos unidos, gritábamos y pedíamos libertad, amnistía, estatut d'autonomia.

El Estatut d'Autonomia, para nosotros, suponía el Estado federal en el que siempre habíamos creído. La decepción vino con el café para todos. Con el tiempo nos iríamos dando cuenta de que todo el proceso había sido un fraude: la Libertad, la habían convertido en una Constitución que suponía y supone un corsé para una mayoría de los españoles; la Amnistía, solo se dió a los vivos, los muertos siguen en las cunetas, y sus sentencias judiciales sin anular, los verdugos se ríen de las víctimas, y nadie se ha preocupado por los que murieron defendiendo la libertad. La Autonomía se ha convertido en una gestora que no puede pagar sus deudas por falta de liquidez.

Todas estas conclusiones me llevaron a un estado de abandono político. Deserté de la política hasta que mi hijo, que ya se movía en ambientes independentistas, me abrió los ojos y me di cuenta que, por imposible, el federalismo era una quimera, y que la única vía posible era la independencia. Por eso me asocié a la ANC. Y me puse a trabajar para la independencia, en la asamblea territorial de Cerdanyola y en la assamblea sectorial de Jubilados.

Nosotros, mi família, no somos nacionalistas; nos sentimos, simplemente, catalanes que queremos vivir en paz y tener, como tiene la mayoría, un Estado que nos proteja y defienda. Tenemos el claro convencimiento de que los catalanes seremos capaces de construir un nuevo país europeo, un nuevo país que no tenga los defectos de los estados decimonónicos, como es hoy España.

Somos conscientes que la corrupción se ha producido en mayor o menor medida en todo el estado, pero si tenemos un queso con gusanos y cortamos un trozo, ese trozo también tendrá gusanos, pero siempre será más fácil identificarlos y quitarlos.

Hace tiempo que renuncié a arreglar España. Por otro lado los países pequeños son los que actualmente mejor funcionan, tienen una escala más humana y permiten una mayor participación de los ciudadanos en la vida política del país. La democracia puede ser más participativa y real.

Usando el sentido común se llega a la conclusión que la mejor solución para nuestra Catalunya es la independencia. Si somos independientes podremos recuperar el déficit fiscal que actualmente padece Catalunya y emplearlo por ejemplo en:

- Mejorar la calidad de nuestras escuelas y de nuestros hospitales.
- Proteger el idioma hoy amenazado.
- Homogenizar el nivel de renda de los ciudadanos.
- Incentivar nuestra industria, actualmente en recesión por falta de financiación.
- Ayudar a nuestros emprendedores a que generan riqueza y por lo tanto trabajo.
- Conceder becas a nuestros estudiantes.
- Destinar nuestros impuestos a hacer infraestructuras que nos ayuden a exportar a Europa.
- Potenciar la investigación para ganar el futuro.
- Mejorar las prestaciones sociales.
- Garantizar para todo el mundo unas condiciones de vida dignas.
- Y seguir siendo solidarios siempre que haga falta.

En resumen, podríamos garantizar el estado de bienestar.

Lo que mayor satisfacción me ha dado en de toda mi vida es saber que mis hijos vieron que en la lucha contra la dictadura sus padres estaban allí, y que nuestros nietos también tendrán la certeza de que para defender su futuro como catalanes y como ciudadanos, en un momento histórico como este, sus padre y sus iaios también estuvieron all